Adaptación libre e inbound de la novela de Charles Dickens «A Christmas Carol». Capítulo IV.
Si te perdiste el inicio de esta increible historia, lee el Capítulo I: El Espectro de Kodak
Capítulo IV
«Pues mira, a ti no tengo la suerte de conocerte. Parece que esta noche voy a hacer algunos amigos nuevos», respondió Ramón. «Aunque en tu caso, con la trayectoria de Nokia, no sé qué me vas a enseñar.»
«Tan sólo pretendo que veas cómo será el futuro si no cambias. Creerse el mejor y pensar que eso va a durar siempre, hagas lo que hagas, puede ser tu peor error». Suri parecía triste y preocupado a la vez. «No hagas como nosotros. Aprende, cambia, aprovecha la oportunidad que se te ha dado para ser más grande. Si no lo haces, te lo aseguro, no sobrevivirás.»
«Mira, estoy muy cansado y me voy a casa», dijo Ramón mientras se ponía el abrigo y apagaba las luces. «Tú haz lo que quieras. Parece que hoy todo el mundo hace lo que quiere.»
Ambos salieron por la puerta del edificio de oficinas de Compuware. En esta época del año, a las 7 de la tarde era ya noche cerrada y apenas había gente por las calles, salvo un pequeño grupo de unas 10 personas que hablaban acaloradamente a unos pocos metros de donde ellos estaban.
«¿Qué pasa ahí?», preguntó Ramón.
«Ven y lo verás.»
Al llegar junto a ellos Ramón pudo ver que se trataba de un grupo de trabajadores de Compuware, entre los que se encontraba Iván, su responsable de ventas.
«Desde luego, se veía venir. El último año ha sido un desastre y no hemos hecho más que perder clientes. No te ofendas Iván, pero no habéis traído un nuevo proyecto en meses». El que hablaba era Lucas, el responsable de sistemas de la empresa.
«Lo sé. Hemos intentado por todos los medios arreglarlo, pero parece que la gente ya no confía en nosotros. Después del desastre de Clientalia, la noticia de cómo les habíamos dejado caer corrió como la pólvora y nuestros competidores lo han aprovechado muy bien.», replicó Iván. «No hemos podido luchar contra eso.»
«Y para colmo, en vez de intentar arreglar la situación y mejorar el servicio a los clientes, la actitud de Ramón ha sido la de echar la culpa a los demás, ir despidiendo a la gente y meternos más presión a nosotros», respondió Carmen, una de las mejores programadoras de la empresa. «La cosa no ha hecho más que empeorar poco a poco y el fin estaba cantado.»
«¿De qué hablan?», preguntó Ramón. «La empresa va de maravilla y no hemos despedido a nadie en todo el año».
«Quizás aún no te has dado cuenta, amigo Ramón», dijo Suri. «Soy el espíritu de las navidades futuras. Estamos en diciembre de 2017.»
Ramón le miró a los ojos. Suri los tenía empañados en lágrimas. «Sé lo que piensas, yo ya he pasado antes por esto. Crees que no has hecho nada mal, pero de algún modo, has perdido, Ramón».
Girándose, Suri le indicó a Ramón que mirase hacia la puerta de la empresa. Allí estaba él mismo, apagando las luces echaba una última mirada antes de cerrar la puerta y colgar un cartel que decía: «SE VENDE».
Ramón se encontró mirándose a sí mismo llorando, con las manos en el rostro, como un niño.
«¿Cómo he podido ser tan idiota? No quiero que esto acabe así». Por fin Ramón había comprendido lo importante que era su empresa, sus empleados y sus clientes para él. «Dime Suri, ¿qué puedo hacer?»
«Tranquilo Ramón, ya lo has hecho. Reconocer los errores y querer aprender y mejorar es el primer paso para retomar el camino del éxito«. Suri le abrazó, como si fueran amigos de toda la vida, y le dijo al oído. «Vuelve a ser tú mismo. Vuelve a creer.»
Todo quedó en silencio. Ramón se encontró sólo de nuevo, en medio de la calle, con los ojos llenos de lágrimas. Durante unos segundos se quedó allí, pensativo, reflexionando sobre todo lo que había vivido en las últimas horas. Sin saber muy bien si había sido un sueño o si era realidad, decidió que su vida tenía que cambiar.
Sacó su móvil y marcó un número. Una mujer contestó al otro lado: «Hola Ramón, ¿cómo estás?»
«Alicia, ¿estás en la oficina todavía? Me gustaría pasar a ver contigo ese problema que tienes con los datos.»
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